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Una ley en las naciones

Fuera del templo, a pesar de la oscuridad de la noche, los guardias de custodia veían como un mendigo que se acercaba a cada uno, guiado por la luz tenue que había en cada puesto, Uno por uno, con paciencia de santo, entregaba un papel escrito de su puño y letra que extraía de entre sus ropas, y les decía: “Por favor, léelo con tu familia.”

La mayoría lo amenazaban con sus armas para que no se acercase a ellos. Algunos de los guardias no aceptaron el papel, otros, después de tomarlo, lo descartaban a la basura, más uno de ellos lo guardó para leerlo en su casa.

El mendigo se alejó lentamente perdiéndose en la espesura de la noche después de haber recorrido todos los puestos de guardia, sin dejar de ofrecerle el papel a ninguno de los soldados. Su misión estaba cumplida.

De pronto, un rayo potentísimo cayó sobre la cúpula del gran templo, iluminando completamente la noche que se mostraba con una oscuridad impenetrable. Las gruesas paredes vibraron por el estruendo. A los soldados que custodiaban la asamblea con orden de usar sus armas ante cualquiera que pretendiera interrumpirla, se les aceleró el corazón debido al sobresalto.

 

Las puertas del recinto estaban cerradas por dentro.

Multitud de hombres vestidos con largas, lujosas y coloridas túnicas, maduros en su edad, aguardaban pacientemente sentados en el gran auditorio. Sus cabezas se veían desde arriba como dos conjuntos de puntos púrpura  y escarlata bien definidos.

Frente a ellos un púlpito de costosa madera, adornado con imponentes apliques de oro, y sobre el púlpito un cáliz también de oro, con piedras preciosas engarzadas. Detrás, y sentado en una lujosa silla, uno con vestiduras blancas, que también esperaba.

 

Después de un tiempo, por las anchas e imponentes escaleras de mármol que conducían al enorme subsuelo del templo, apareció un hombre vestido con una túnica totalmente negra. Traía consigo papeles escritos a mano, de su propia mano.

En ese momento se produjo un venerable silencio.

 

El hombre vestido de blanco, tomó aquellos papeles escritos en latín e hizo una obediente  reverencia inclinando su cabeza, mientras el que había subido por las escaleras se sentó detrás del púlpito, en otra gran silla, a la vista de todos.

El hombre vestido de blanco, con el pecho henchido de satisfacción, le habló en latín a la multitud sentada:

 

“El príncipe de este mundo, nuestro príncipe, el que nos prometió gloria, poder y vida eterna, ha hablado! ¡He aquí, nos ha mostrado su agenda! El éxito de nuestro propósito dependerá de nuestra abnegada obediencia a las palabras aquí transcriptas por nuestro prestigioso general.”

 

En el rostro de los presentes podía verse una mezcla de ansiedad y satisfacción. Lo que por tanto tiempo se había anhelado por fin estaba a punto de cumplirse.

Todos expectantes, en el más profundo de los silencios, esperaban la gran noticia que los colmaría de gloria y poder por sobre todos los habitantes del globo.

 

El que vestía de blanco comenzó a leer el papel que había recibido:

 

“Como primer objetivo, debemos, usando todos los medios posibles, convencer a la humanidad de que es necesario unir a todas las naciones para combatir un hipotético cambio climático, bajo el lema moral “Cuidemos la creación de Dios”. 

Todos deberán unirse bajo esta bandera que fervientemente enarbolaremos.

Induciremos a las potencias de este mundo a usar sus poderosas armas geofísicas ocultas para persuadir a la muchedumbre que aún tenga dudas, y argumentaremos mediante el sofisma de que esos desastres se deben a la contaminación atmosférica que hace el hombre.  

Siempre deberán estar plenamente convencidos de que actuamos para el bien común de la humanidad y en nombre de Dios.

La gente pedirá, entonces, una solución urgente al problema climático, pues le haremos creer que es la madre de los problemas del hombre.

Mientras tanto, sigilosa y solapadamente estaremos preparando la ley.

Debemos provocar diligentemente que se crea que al solucionar el problema del cambio climático, automáticamente se solucionarán gran parte de los demás problemas humanos.

Procuraremos llevar a los pueblos de este planeta a que acepten que se necesita un día para estar en familia. Un descanso en el cual todos disfrutaremos de ese día, sin contaminar el ambiente y bajo la protección de Dios.

 

Mientras esto se forja debemos hacer pacto con la primera potencia militar de este mundo. Aquella a la que nadie osará hacerle frente cuando se imponga nuestra ley y la usaremos, cuando llegue el momento, para que obligue mediante la fuerza a aceptarla a todo el que se revele y sea contrario a nuestro plan.

Estableceremos primeramente en la gran potencia militar del norte, mediante una enmienda en su propia constitución nacional, la ley de descanso dominical.

Para lograr esta enmiendo, usaremos a los sindicatos que defenderán a rajatabla la excusa de destacar un día para la familia y para el bien de los trabajadores.

Esta ley reemplazará al genuino cuarto mandamiento de Dios, que fija al sábado como día de reposo, y desde allí nuestra ley dominical se extenderá hacia todos los pueblos del globo.

Cuando alguno de los entendidos nos plantee que el verdadero día de reposo fijado por Dios es el sábado, argumentaremos que el sábado fue clavado en la cruz con Cristo y que en honor a Su resurrección se toma el domingo como día de reposo universal.

 

Nuestro dios se encargará de oscurecer los ojos de las naciones para que no puedan ver que hemos tergiversado el verdadero mandamiento de Dios, y también de adormecerlas para que no se investigue al respecto. En un acto de suprema maestría, nuestro señor, usará la ignorancia y la desidia que los hombres poseen respecto de la palabra de Dios y hará que todo lo crean, tomando como verdad nuestro argumento sin cuestionarse nada de lo que les decimos.

 

El domingo será nuestra primera y fundamental marca en las naciones. El domingo será la marca de nuestro dios.

Todo aquel que no lo guarde será acusado de las desgracias que ocurran en esta Tierra y deberá ser reprendido, castigado y encarcelado como forma de amonestar a los demás. Pero todo el que lo guarde comenzará a ser nuestro subdito incondicional.

 

Luego, con el pretexto de proveer al mundo la paz y la seguridad tan anhelada y con una serie de innumerables y seductores beneficios, impondremos a todos los habitantes de las naciones a través de otra ley, a colocarse en su propio cuerpo un prodigio de la tecnología.

Esto nos permitirá el control absoluto sobre el que lo lleve, y será el único medio por el cual se podrá comprar y vender. De esta manera, quien se rehúse a implantárselo quedará sin recursos y totalmente apartado de la sociedad. Nadie querrá tener nada que ver con el rebelde que no lo acepte. Lo apartarán y lo dejarán solo por miedo a nuestra ley. Y si alguno de los que lo tienen implantado decide rebelarse contra nosotros, simplemente lo desactivaremos silenciosamente.

 

De inmediato arrasaremos a los que moran en las tierras cerca de Jerusalén con la gran potencia del norte y sus aliados, para establecer allí, en la Santa Ciudad, nuestra sede, en el tercer templo y preparar el trono.

 

Entonces hará su aparición nuestro señor y príncipe del mundo vestido como el Cristo, y hablando como Cristo convencerá a muchos e impondrá su reino. Todos los hombres del mundo que anhelaban la segunda venida creerán reconocerlo y lo adorarán.

Reinará, entonces, con toda su gloria y majestad sobre todos las naciones y nosotros con él, eternamente entre placeres, como sus siervos  defensors más fieles.

Llegado a este punto, podremos decretar pena de muerte a los rebeldes que aún no lo reconozcan, a los que aún guarden los Mandamientos de Dios y tengan la fe de Jesucristo, a los cuales perseguiremos con las armas más sofisticadas y todos los adelantos de la tecnología. Y cuando éstos sean del todo exterminados, reinará la paz y la seguridad siglo tras siglo.

 

Será de vital importancia destapar a la luz pública algunas de nuestras inmoralidades para hacer ver al planeta que estamos dispuestos a limpiar nuestras manchas con mano firme y decidida, sin miramientos ni contemplaciones. Estos convencerá al mundo entero definitivamente a seguirnos porque nos erigiremos como acérrimos defensores de la moral, en un mundo donde la inmoralidad estará a la orden del día..

 

Empero para que esto se plasme en forma definitiva nos ha sido advertido insistentemente que, primero,  se deberá eliminar a todos los rebeldes contrarios a nuestra causa, sin que sobreviva uno solo, recién entonces y sólo entonces nuestra gloria se fragüará durante el tiempo en el que el príncipe que nos ha develado esta agenda se haya manifestado.

 

Para que todo lo aquí dicho tenga éxito usaremos la moral como estandarte, el sofisma como nuestra lanza y la bondad hipócrita como nuestra impenetrable armadura.”

 

Después de leído en manuscrito, todos los presentes se postraron en adoración a su dios.

 

Mientras tanto, fuera del recinto, había llegado la hora del cambio de guardia y los que dejaron su puesto, se retiraron a descansar.

Y cuando se hubo reunido la familia, aquel guardia, el cual había sido el único en aceptar el papel, leyó la primera frase del texto, que se hallaba un poco separada de las demás:

 

Te pido humildemente que leas este papel, para que sepan lo que ha de suceder y creas antes de que ocurra.  “Y El les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas 10:18)

 

Al soldado le temblaron las manos y se le erizó la piel. Recordó como aquella noche, después que se había marchado el mendigo, un poderoso rayo cayó sobre el pararrayos de la cúpula del templo, cuando montaba la guardia, Siguió leyendo.

 

 “La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada con oro, piedras preciosas y perlas, y tenía en la mano una copa de oro llena de abominaciones y de las inmundicias de su inmoralidad.” (Apocalipsis 17:4)

 “(…) Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador. (Daniel 9:27)

Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes.” (Mateo 24:15-16)

 “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos, que no seáis sacudidos fácilmente en vuestro modo de pensar, ni os alarméis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día del Señor ha llegado Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá (el Señor) sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición (Satanás),  el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.” (2 tesalonicenses 2:1-4)

Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes.

Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre.” (Mateo 24:23-27)

 

Debajo de todas las citas bíblicas había escrita una última frase que decía:

 

“Bendito seas por aceptar el mensaje, pues entiende que Dios, que todo lo sabe antes de que ocurra, no desampara ni deja en tinieblas a ninguno de sus hijos.”

 

Y aquel guardia del templo que había aceptado el mensaje, comprendió y creyó en lo que el hombre vestido con ropas de mendigo había escrito de su puño y letra, pues la evidencia era contundente.

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